¿Alguna vez has sentido con gran fuerza no querer algo? Sólo queda la sensación de salir corriendo, lo más lejos que se pueda, sin mirar atrás, y esperar no volver, pero tienes que regresar porque te piensas valiente, y quieres arreglar las cosas, pegar las piezas que lo más probable es que nunca se vuelvan a juntar, y aun así, decides quedarte y ver qué pasa.
Me adelanto a mi suerte. Todo sigue igual, quizás peor, porque cada día te drenas; gota a gota, tu esencia se va.
La vasija no tenía una belleza especial, pero había algo que la hacía enigmática, no dejar de mirarla, era lo único que estaba dispuesta a hacer. Alguna vez la intenté usar para hacer una infusión, no resultó, el agua no calentó y las hojas no se humedecieron. Por un momento pensé que era la estufa, después pensé en el gas (¡maldición se había acabado y aún no me bañaba!).
Nada de eso, todo estaba bien, la vasija no quiso cumplir su labor. Así de sencillo.
¿Será que, en algún momento, un objeto decida ya no hacer más eso para lo que fue creado?
No estaba de humor, y decidí tomarme un día de descanso; tal vez la vasija corrió tan lejos que se le olvidó que la requerían en alguna cocina, que una mujer necesitaba un té para sentir pequeños abrazos de alguien que siempre espero, pero nunca termina de llegar.
Decidí hacer la infusión en el horno de microondas, necesitaba esa calidez, y que fuera pronto. Ya sabes, la satisfacción se debe obtener casi al instante. Mientras esperaba a que terminara el tiempo del microondas, empecé a ver publicaciones, saltaba con una asombrosa rapidez entre mis redes sociales, por poco me olvidaba del té.
No fue lo que esperaba, pero al menos, sentí un poco de afecto en el estómago y luego en la cabeza. Poco a poco se impregnó en mi mente y me dejé llevar, recorrió mi piel y los músculos; y mis huesos se fueron debilitando, dejando pasar cualquier sentimiento.
La sensación era extraña, no me sentía relajada, pero tampoco tensa, era como si flotara en todo el departamento y a la vez fuera sensible al entorno, sentía la brisa que entraba por las pequeñas aberturas de las ventanas, distinguí tan claro, los pelitos de mis gatos, flotando de aquí para allá, por todo el departamento.
Los michis estaban dormidos, una en el puff y el otro en la mesita de centro, no hacía mucho que les había dado de comer un sobrecito.
Era maravilloso ver los pelillos a través de la luz del sol, brillaban y algunos me hacían ver los demás objetos tornasol.
Decidí prepararme otra infusión pero ahora en la vasija. Le decía así porque parecía más una vasija que una tetera.
¡Qué sorpresa!
Esta vez el agua calentó y las hojas se humedecieron. Con el paso de los segundos, observé cómo el agua se teñía de un color poco usual, se tornó de un color azul-verde. Al principio pensé que era de las hojas, pero esa tonalidad parecía venir de la vasija; no estaba segura, era la primera vez que la usaba, y dónde la compré no dijeron nada si teñía de algún color el agua que calentaba.
Decidí preparar más té, infusión o cual sea el nombre de este extraño y solemne líquido.
¿Solemne?
Sí, solemne.
Dudo dejar de beber este líquido, me hace sentir que puedo correr tan lejos y no regresar, aunque siga aquí, sentada, en mi sillón favorito.
He decidido que la vasija sea una de las pertenencias imprescindibles, creo que no podré vivir sin ella. Primero son mis gatos, y luego, esta vasija.
Con el paso de los días dejé de hacer infusiones en la vasija, sólo caliento agua y a darle.
¿A qué?, a nada.
Sólo a la vida misma.
Han pasado varios meses, no sé cuántos exactamente, pero todo giró en una dirección extraña. Hay días que duran poco, y otros, en los que casi logro entender la sabiduría de la eternidad.
No me he sentido bien, pero cada día el agua calentita de la vasija me da un impulso de ánimo. A veces, me siento agotada.
He pensado en ir al médico, pero trabajo desde casa y lo único que me motiva a salir es ir al mercado y preparar la comida de cada semana.
Es lo único que extraño de ser godín, cada día salir aunque sea para tomar el microbús, también extraño tener un horario. Luego recuerdo que no pasaba tanto tiempo en casa, mucho menos con los michis.
¿Debería ir al médico?
No lo sé.
¿Debería ir con la psicóloga?
Me da flojera salir o siquiera llamarle.
De un día para otro comencé a sentir mi apartamento más grande de lo que es, no sé si es por la falta de salidas y diversión o los desprendimientos astrales que he tenido en las últimas noches.
Estos viajes astrales me han dado la libertad para enfocarme en mis sensaciones, no veo el problema, pero cuando despierto siento que hubiera corrido un gran maratón. Tan eterno que aún despierta sigo sin vislumbrar los indicios de su fin.
Cada vez que uso la vasija, el agua se calienta más rápido, a veces la utilizo para las infusiones, aunque me di cuenta de que me siento más agotada cuando las bebo.
Decidí beber el agua simple sin más gracia. Es extraño que el agua tenga otro sabor, como a café o tecito de manzanilla; hasta esta infusión me hace daño, siento que me lastima desde adentro, ese malestar sale milímetro a milímetro hasta irse por mis poros.
No sé qué sucede, hay días en los que despierto como si tuviera otra vida, otros días en los que no recuerdo nada y sólo tengo la sensación de estar en otro lugar y en otra piel.
He vivido en otros cuerpos, donde me siento fuera de lugar y cuando regreso al mío, siento que soy una extranjera y me cuesta reconocer cada parte de mi piel y mi mente, siento que no soy parte de este cuerpo que habito que, al parecer, ya no es mío.
Y mis gatos.
Con el paso de los días se alejan más de mí.
Mi departamento y mi vida, con cada hora que pasa, se va diluyendo como estas gotas que se quedan en la vasija, provocan que vuelva a poner agua para calentar y beberla; se quedan gotas en este recipiente y nace el deseo de beber a sorbos mi propia vida. Que se escapa entre mis manos y en cada gota que se queda en este maldito artefacto.
No deben quedar gotas, debo recuperar mis días con sol y lluvia, mis días nublados, quiero mis días a lado de mis gatos, no deben quedar gotas, pero quedan y cada vez son más las que se acumulan. ¿Serán gotas?
¿Será mi vida?
¿Por qué comienzo a ver acuoso?
Veo como si estuviera nadando, me estoy hundiendo lentamente.
Veo burbujas, muchas burbujas, vislumbro humo blanco.
Siento que fluyo con gracia y paciencia.
Hace mucho calor aquí.

Adoro a mis gatos Parkour y Chester. Soy muy parecida a los gatos, tranquila y sigilosa. Me gusta pasar tiempo conmigo misma, me la paso súper bien. Soy mi mejor amiga, y compañía. Estudié Comunicación en la BUAP y me la paso bien en mi trabajo. No espero casi nada de la vida, sólo mi paz y bienestar. Y que todo fluya.

