Las torres de transmisión se alzan sobre la ciudad como las patas de un insecto de metal caído panzarriba. Casi nadie en Neova nota ya el zumbido que sale de ellas. Esa frecuencia, apenas perceptible, se ha fundido con los movimientos respiratorios de la urbe y sus habitantes inhalan, exhalan y anhelan siguiendo su compás.
Ahora, la ciudad parece dormida; su respiración, sosegada.
Lin Wei, en cambio, tiene los ojos abiertos de par en par. El ronroneo de las emisoras subliminales le taladra la nuca mientras sobre el techo de su apartamento parpadea la luz de su último implante cerebral, el quinto ya: “Dispositivo defectuoso. Acuda a revisión en las instalaciones de DesireSync®”, reza la luz proyectada por el aparato desde lo alto de su frente.
—No es el dispositivo el que está defectuoso —musita Lin Wei tapándose la frente—. Soy yo.
La alarma del despertador suena en ese momento y las paredes de su cuarto cambian suavemente de color, imitando un amanecer de esos que ya solo se ven lejos de las torres. Es hora de ir al trabajo.
—¿Un batido enriquecido con proteínas, Lin Wei? —sugiere la IA doméstica, sincronizada por defecto con el implante que debería haberle garantizado unos deseos saludables desde la mañana.
—Mejor un crispicao —responde ella.
—Pero los hidratos de carbono… —replica la inteligencia artificial, desconcertada.
—He dicho que me apetece un crispicao. Con doble de azúcar —Lin Wei se mete en la ducha imaginando los algoritmos de la IA reprogramándose a toda velocidad para acoplarse a su petición.
Que se joda, piensa. Ya sé que no deseo lo que se suponía que debería desear. Lo han intentado y no funciona. Así que más jodida voy a vivir yo, viendo cómo ninguno de mis deseos se cumple.
Lin Wei apura el desayuno y, tras enfundarse su mono azul de trabajo, sube al aerodeslizador que le llevará a la Torre 7.
Mientras contempla al resto de personas apelotonadas dentro del vagón, siente envidia por sus rostros de felicidad. Nadie parece desear encontrarse en otro lugar. Sus implantes emiten un suave destello azul, como el de un mar en calma. Lin Wei se mira en el cristal y recoloca su flequillo para ocultar su dispositivo, anaranjado como…
—…una estrella segundos antes de estallar en pedazos —termina la frase un anciano sentado frente a ella. El implante de su frente no emite luz alguna.
—¿Cómo sabe usted…? —pregunta Lin Wei, con las orejas ardiendo.
—Tu rostro es transparente como el agua no contaminada—El anciano sonríe, misterioso—. Pero si quieres conocer más respuestas, acude esta noche a las once al puesto número veintitirés del Mercado Viejo. Y mejor cómprate un gorro. Tu implante destaca como una naranja fresca en mitad del desierto.
Lin Wei se sube la capucha de su sudadera y baja en la siguiente parada. ¿Quién demonios era aquel viejo? Sin embargo, ha pronunciado una palabra que la atrae como un imán. Respuestas. Si hay algo que ella desea, es precisamente eso.
Durante el resto de la mañana, Lin Wei apenas presta atención a lo que hace. Su trabajo como ingeniera de nivel Tres para DesireSync® consiste en programar deseos acordes con los productos recién lanzados al mercado. Una especie de publicista con acceso directo al córtex cerebral de sus clientes, vamos. Eso la asquea bastante. ¡Si consiguiese un ascenso al nivel Dos, donde al menos ayudaría a otras personas a ser felices!
—Tampoco creas que los deseos que yo inserto son ninguna maravilla, Wei, eso está reservado para el nivel Uno —le recuerda su amiga Eugenia, ingeniera de nivel Dos—. Esta semana, por ejemplo, he ajustado implantes para que un jefe deje de caer mal a todos sus empleados… Y varias reactivaciones del deseo por la pareja, uno de nuestros bestsellers.
—“DesireSync®, deseos cumplidos” —recitan a coro las dos mientras ríen junto a la máquina de zumos multivitaminas, a los que Eugenia es adicta.
Pero, a pesar de las risas que comparten, Wei tiene la sensación de que ella no saborea el zumo con la misma satisfacción que Eugenia. ¿Por qué siempre quiere algo diferente, algo que no puede alcanzar?
Espera encontrar una respuesta a esa pregunta cuando se detiene, a las once menos un minuto, delante del puesto número veintitrés del Mercado Viejo.
Por un momento teme haberse equivocado: no se ve a nadie. Entonces oye una voz entre las sombras:
—Sabía que vendrías, Lin Wei—. Una mujer de tez oscura y ojos brillantes sale a la luz de las farolas autorecargables—. Soy Faminetou Diallo, líder de los Discordantes.
—¿Discordantes? —pregunta Lin Wei, sorprendida. Las noticias hablan de ese grupo como un conjunto de chiflados con deseos imposibles, eternamente insatisfechos.
—Sí, supongo que sabrás que nos llaman así porque no vibramos con la frecuencia que emiten las torres… —La mujer sonríe. Lin Wei observa que su implante está apagado—. Somos la nota discordante en una canción muy bien orquestada, por explicarlo de una forma rápida. Y creemos que tú eres el instrumento clave para que esa canción deje de sonar.
—Pero… ¿a qué canción te refieres y por qué quieres que deje de sonar? —Lin Wei siente miedo—. Yo creía que alguien iba a explicarme por qué los implantes no acaban de funcionar en mi cerebro y por qué no puedo ser feliz como todo el mundo, viendo cumplidos mis deseos.
Antes de responder, Faminetou saca una tetera de alguna parte e invita a Lin Wei a sentarse frente a una mesa gastada:
—Sírvete una taza. Le he puesto doble cantidad de azúcar: a veces es bueno dejarnos llevar por nuestros deseos.
Lin Wei mira la taza con desconfianza y Faminetou asiente, comprendiendo que la joven no beberá si no le da razones para confiar en ella:
—Tu cerebro no responde a los implantes porque eres neurodivergente. Esa característica, tantas veces incomprendida, en realidad supone una ventaja evolutiva.
—¿Cómo puede ser una ventaja vivir así de infeliz? —Lin Wei arruga el entrecejo.
—Tú no eres infeliz porque no se cumplen tus deseos —responde Faminetou saboreando su té—. Lo eres porque no te dejan siquiera tener los tuyos propios… Ni luchar por ellos.
—Pero yo creía que la felicidad consistía en desear aquello que podemos cumplir… O, como hace DesireSync®, proporcionarnos el deseo después del objeto, para garantizar que este se cumpla.
Faminetou suelta una risa sarcástica:
—Claro, y casualmente ellos siempre tienen listo con antelación el producto que te hacen desear… ¿No te parece bastante retorcido? Y eso solo si hablamos de deseos de Tercer nivel, como los que programas tú. Aún peores son los de nivel Dos: ¿crees que alguien se merece aguantar toda una vida junto a otro en lugar de admitir que ya no siente deseo por esa persona? Los deseos a veces nos hacen avanzar, cambiar hacia algo mejor.
—O arriesgarnos a meter la pata y perderlo todo… Aunque, ya que pareces saber tanto, dime: ¿en qué consisten los deseos de nivel Uno? —Lin Wei había escuchado rumores en su trabajo, pero DesireSync® era muy hermética al respecto—. Prometen que los implantes que lleven esos deseos proporcionarán la felicidad absoluta. De hecho, se ha filtrado que pretenden llamarlos “Nirvana”.
Faminetou deja despacio la taza sobre la mesa antes de responder:
—El Nirvana es la ausencia total de deseos… Así que sucederá exactamente eso: quienes accedan a llevar ese implante carecerán de deseos propios y se convertirán en marionetas del sistema. Creerán ser muy felices, eso sí. ¿Eso es lo que tú quieres, Lin Wei?
La interpelada siente que un aire helado le atenaza las entrañas. Ella desea poder elegir entre un crispicao y un batido multivitaminas. Entre vivir en la ciudad o en un lugar desde el que pueda ver amaneceres de verdad. ¡Entre tantas cosas que ni siquiera había pensado que pudiera escoger!
—No, no es eso lo que quiero —responde en voz muy baja—. Pero… ¿Por qué has dicho que yo podía ser una pieza clave en este sistema, si precisamente he contribuido a crearlo programando deseos?
—Porque el motor que ha hecho avanzar a la humanidad siempre han sido sus deseos. El deseo de comprender el mundo. El deseo de domesticar el fuego para tener calor. El deseo de volar. El deseo de crear un mundo mejor.
—¿Y qué pinto yo en todo esto?
—Hemos observado que cada vez hay más personas neurodivergentes, resistentes al efecto de los implantes. Se trata de una evolución de la naturaleza, una especie de inmunidad natural frente a esos implantes que se han generalizado en los últimos años. Vuestros deseos son los más auténticos, genuinamente humanos. Por eso queremos conocerlos y ayudaros a cumplirlos. Así pues: ¿tienes claro ahora cuál es tu mayor deseo, Lin Wei?
Esta vez no duda. Sobre todas las cosas, desea libertad para poder elegir, para acertar o equivocarse. Y sus ojos se llenan de lágrimas al darse cuenta de que no hay nada defectuoso en ello.

Nuria Chicote compagina su trabajo como médico con la escritura. Ha cursado un máster en Literatura Infantil y Juvenil y otro en Narrativa en el Ateneu de Barcelona. Ha recibido varios reconocimientos literarios y ha publicado los libros “Horripilantes” y “Misión: salvar el Planeta”. Colabora con las revistas CulturaBai y Principia Kids y ha publicado poemas y relatos en Pulporama, Sarape de Neón o Charín.

