Mihaela Ionela Badin: El deseo del viento

Anca había escuchado rumores sobre la antigua fuente de deseos, un relicario escondido en el centro de la ciudad donde nadie se atrevía a ir. Aquellos que se acercaban decían que no era el agua lo que cumplía los deseos, sino algo mucho más oscuro, algo que cambiaba la esencia de quienes pedían. Con el tiempo, las historias se habían transformado en leyendas, y las leyendas, en susurros de advertencia. Muchos decían que quienes se acercaban a la fuente regresaban diferentes, pero nunca con lo que realmente querían. En lugar de una satisfacción, sus deseos quedaban vacíos, como si el precio de obtener lo que anhelaban fuera demasiado alto para ser pagado.

Pero Anca no podía dejar de pensar en ello. La curiosidad había sido su mayor vicio desde pequeña, y, por más que intentara resistirla, siempre encontraba una razón para ceder. Dentro de ella albergaba un deseo tan grande que ya no podía ignorarlo: el deseo de libertad. La libertad de ser quien realmente era. Había pasado toda su vida sumida en la conformidad, viviendo bajo las expectativas de los demás. Los comentarios, las miradas, las normas invisibles que dictaban lo que debía hacer, cómo debía vestirse, comportarse, ser… todo había sido una carga que había aprendido a llevar en silencio. Su vida se había convertido en una función, un papel que jugaba sin poder salir de él.

Pero Anca ya estaba cansada. Había llegado a un punto en el que ya no podía más. No podía continuar siendo la mujer que los demás querían que fuera, no podía seguir ignorando las llamas de su propio ser, ahogadas por años de sumisión. Y por eso, una tarde lluviosa, cuando el cielo estaba gris y la ciudad parecía sumida en su propio lamento, decidió que iba a buscar la fuente. Nadie la seguiría; no podía decirle a nadie lo que pensaba hacer. Tampoco podría explicarles, ni siquiera a ella misma, por qué algo tan antiguo, tan peligroso, la llamaba con tal intensidad. Solo sabía que debía ir.

Al llegar a la zona donde se encontraba la fuente, el aire se tornó extraño. Un viento helado sopló de repente, como si el mismo viento hubiera estado esperando su llegada. El frío la caló hasta los huesos, pero no se detuvo. La fuente estaba allí, en el centro de un círculo de piedras desgastadas por el tiempo. No había agua, solo un vacío en el centro, algo que no debía estar allí, pero que era parte de lo que la había atraído.

El viento la rodeó, y por un momento, todo se sintió como una llamada, una invitación a un destino inevitable. Algo en el ambiente la hacía sentir que, aunque no había agua ni signos evidentes de magia, la espera valía la pena. Anca cerró los ojos y, sin vacilar, susurró al aire: «Quiero ser libre. Quiero vivir sin miedo. Quiero ser mi verdadero ser». Las palabras parecieron desvanecerse en el aire, como si el viento las hubiera absorbido. Un silencio sepulcral invadió la ciudad, el tiempo mismo se detuvo por un instante.

Entonces, el viento se intensificó y, en un susurro etéreo, una voz le respondió:
«El deseo que pides es antiguo y poderoso, pero ¿estás preparada para lo que eso implica?»

La pregunta era sencilla, pero la respuesta no. Anca nunca había pensado en las consecuencias, no había considerado qué ocurriría si realmente obtenía lo que deseaba. Pero en ese instante, la única respuesta que pudo encontrar fue el asentir. ¿Qué podía perder? Era su vida, su esencia, lo que le pertenecía. Todo lo que había sufrido, las cadenas invisibles que había llevado durante tanto tiempo, ya no podían ser más pesadas que su deseo de ser libre.

«Estoy preparada», dijo, con la firmeza que nunca había tenido.

El viento la rodeó con un abrazo gélido que penetraba hasta su alma. Sintió una presión creciente, como si su cuerpo mismo se estuviera disolviendo, como si sus partículas se desvanecieran en el aire. No era doloroso, pero sí profundamente extraño. El aire tocaba cada rincón de su ser, acariciando su piel, pero al mismo tiempo transformándola. Cada célula de su cuerpo parecía deshacerse, reorganizarse, como si el viento estuviera reconfigurando su esencia. El tiempo se disolvió con ella, suspendido en un estado de vacío absoluto, hasta que el viento, agotado, la dejó caer suavemente de rodillas en la tierra.

Anca permaneció allí, con los ojos cerrados, sin comprender del todo lo que acababa de suceder. Cuando los abrió, ya no era la misma. Algo había cambiado en su interior. Miró sus manos y vio cómo las marcas de la opresión, esas pequeñas huellas invisibles de los años de servidumbre emocional y social, ya no estaban. Eran manos libres, ligeras, capaces de hacer lo que su alma les dictara. Miró al horizonte y vio un mundo nuevo ante ella, uno que antes solo había imaginado en sueños, un mundo lleno de posibilidades, sin los grilletes invisibles que la habían atado.

Ya no tenía miedo. Ya no sentía esa presión constante de las expectativas ajenas, ese peso del juicio de los demás. Su corazón latía con fuerza, libre por primera vez. Se sentía invencible, capaz de caminar hacia su futuro con una nueva energía que fluía por sus venas. Había ganado lo que más deseaba: la libertad.

Sin embargo, al mirarse en el reflejo de la fuente vacía, una sensación extraña la invadió. Era un vacío en el fondo de su ser, una sensación de pérdida inexplicable. A pesar de haber alcanzado la libertad, algo en su interior había cambiado de manera irreversible. El verdadero costo de su deseo era lo que había perdido. Al mirar en el agua ausente de la fuente, comprendió que ya no podría recuperar las versiones de sí misma que había dejado atrás.

Había perdido las sombras que la habían definido, esas partes de su vida que, aunque dolorosas, formaban parte de su historia. Había dejado atrás la mujer que se adaptaba a los demás, la mujer que callaba, que se reprimía, la mujer que temía. Ahora estaba frente a un vacío existencial, frente a una versión nueva de sí misma que ya no encajaba en los recuerdos que aún se aferraban a su alma. La libertad tenía un precio, y ese precio era el olvido de lo que fue, la pérdida de todas las versiones que ya no podían coexistir con la mujer que había nacido esa tarde.

El viento la había cambiado para siempre, pero la había dejado con una nueva comprensión. La libertad de ser capaz de aceptar que el precio de esa libertad podía ser la transformación completa del ser, una transformación que eliminaba todo lo que alguna vez se conoció, para dar paso a una nueva identidad, una identidad que debía aprender a vivir con la memoria de lo que se había perdido.

Anca se levantó, sintiendo el viento, acariciando su rostro una vez más, como si el universo la reconociera en su nueva forma. Con una última mirada hacia la fuente vacía, caminó hacia el horizonte, sabiendo que, aunque había alcanzado su deseo, nunca podría ser la misma. Pero por primera vez, eso no la aterraba. Ella era libre. Y esa libertad incompleta la abrazaba con todo su ser.

Soy periodista rumana, radicada en Ecuador desde hace 12 años. Con 42 años, actualmente me desempeño como correctora de estilo en UCuenca Press, la editorial de la Universidad de Cuenca. Mi experiencia en el ámbito editorial y mi pasión por perfeccionar los textos me han permitido contribuir al enriquecimiento de contenidos académicos y culturales. Soy una soñadora geminiana.

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