Gabriela EG: Soledad

Antes de que todo se oscureciera, recuerdo como limpiaban mis manos delgadas de las cuales solo tenía ya cuatro uñas, mis antebrazos estaban llenos de rasguños por aquella defensa que di, como en la guerra, cuya pelea por la vida debe ser permanente para sobrevivir de los ambientes más hostiles, de la maldad, en este caso de mi peor enemigo, un demonio disfrazado de amor. Esa persona que decía amarme más que a nadie, mi pareja, mi tormento hasta el último minuto, hasta el último suspiro de mi existencia. Ese mismo que algún día me prometió los más grandes y exquisitos manjares de la vida.

Yo conocí a «mi abejita», como le solía decir en las épocas, donde el amor desbordaba desde las más ínfimas partículas del cuerpo. En una maratón, un 28 de julio, claro cómo no fijarse en una persona atlética y dedicada, a primera vista, su físico me encantaba. Pude divisar algo de su personalidad gracias a la forma en como trataba a los demás, con carisma y amabilidad, cuando le preguntaban sobre algunas inquietudes deportivas. Así que decidí que cada fin de semana iba a ir a la ciclo-ruta, esperando un día toparme con su presencia, pues realmente deseaba hablarle y un día lo logré, le dije el tan ansioso «hola» uno bastante cálido y confianzudo. Eso hizo que lográramos encajar rápidamente, pues su humor, sus palabras corteses, y el cuerpo de una persona que realmente hace ejercicio, me deslumbraban y en mis ojos que brillaban se notaba. Tan solo recordar eso me lleva a una profunda y obscura melancolía, quisiera que todo fuese más fácil, como en aquellas épocas…

—Pero aquí estoy, rogando por una última fuerza que me permita vivir.

Duramos semanas hablando, riéndonos, conociéndonos y amándonos. Al principio no hubo poder que nos separara durante más de ocho horas, todo era como un cuento que yo protagonizaba, tan rápido y tan vehemente fue el amor que al mes ya estábamos viviendo juntos. Hasta un día. “El día cero”, ese día desapareció todo el día. Cuando insistí de manera abrumada, temerosa y de forma repetitiva, solo me respondió: «Estoy bien», dudó sobre mi salud mental por mi intrusividad y procedió a bloquearme de redes durante una semana. Pasado ese tiempo, comencé entonces a pedir disculpas por mis acciones obstinadas, y así fue la dinámica durante mucho tiempo, donde constantemente me sentía culpable.

Un día sospeché acerca de su fidelidad y lamentablemente no me equivocaba… pero su respuesta fue lo que dio inicio a diferentes hechos de violencia, desde golpes suaves en la espalda y pequeñas cachetadas indoloras, hasta empujones que me llevaron de inmediato al suelo culpándome por ese «descache».

-Cada vez los sucesos empezaron a ser más violentos, como cuando un cuerpo arde en fiebre y empieza a subir su temperatura de manera desmedida y ya no puede detenerse a menos que algo externo le ayude.

Después de seis meses de convivencia y cuatro de desencanto y desorden, un día decidió que no era buena idea dejarme salir de la casa, esa casa que despedía un olor a insecticida y a fruta podrida. Todo el día me dejaba esperando a su llegada, yo usualmente temía que viera esa mancha amarillenta de la cocina que había hecho con salsa de tomate o el pequeño quemón que sin querer le hice a su camisa en la parte de la axila, o cuando al perro le dolía su pata y que

Aunque yo no supiera lo que le pasaba y no me dejaba salir al veterinario, la culpa siempre era mía, me dejaba con la incertidumbre de si estaba haciendo las cosas bien. Cuando volvía a la casa, empezaba a inspeccionar con su mirada como un escáner. En ese entonces los pelos del brazo se me erizaban, se me iba el aliento y eso fue incesante durante otros cuatro meses. Al pasar más tiempo allí me llegaban de manera aleatoria, pero martilleantes pensamientos donde me veía con un cuchillo, el de empuñadura de cuero, agarrándolo firmemente con su filo apuntando hacia mi codo para no fallar mi objetivo, el cual se fijaba entre sus costillas y su estómago, esa panza horrible, amarillosa que aumentaba con su ego y su psicopatía.

Un día, mi último día de encierro, se marcó con el inicio de unos golpes contundentes y metálicos que llegaron a mi puerta a las dos de la tarde. Una exaltación profunda llenaba la cara de ese ex amor, del que yo ya no sentía nada más que desarraigo e inmundicia, y la sensación de arcadas cada vez que veía esos ojos color café mierda. Todo lo que alguna vez sentí por esa persona hoy me llenaba de dolor, hacía que mis huesos sonaran como una rama seca y sin vida, a la que un camión de seis ruedas, con toda su carga llena, le pasaba por encima. Todo sucedió por la difamación de una supuesta infidelidad ocurrida en esta casa, como si al estar en esta cárcel, llamada «hogar» pudiese entrar alguien más. Solamente entra el chiflido del viento, del tráfico y de la soledad citadina, esa fue solo una excusa para atentar en contra de mi dignidad. Parecía no haber razones de los desmanes que estaba perpetrando, así como no había motivo del inicio de sus abusos contra mi persona. Desde el inicio de las agresiones, sentí como el aire iba saliendo de mi cuerpo y cada vez, aunque me defendiera con las uñas, una sensación de debilidad, de no poderme levantar, de mi corazón perdiendo su energía y como mi vista se iba extinguiendo, se iban apoderando de mi cuerpo y me iban sacando de este plano. Todo de repente se puso negro, sentí cómo levantaban mi cuerpo y lo ponían sobre una silla de plástico que se movió varias veces e impedía que me posaran rápido sobre aquel mueble flexible.

Percibí como unas manos suaves, regordetas, cálidas y familiares, limpiaban con un trapo húmedo y frío lo que quedaba de mis manos. Aun así, mis ojos se fueron nublando, un sueño inapaciguable se apropiaba de mí.

Imágenes mentales llegaban recordando una vida desperdiciada por el dolor, por la vesania disfrazada de amor. Al final del túnel no pude recordar una sola cosa buena, aparte de mi infancia, mi pequeña y alejada familia y los primeros pasos en el amor…

Quiero que nunca vivas esto. Recuérdate, recuérdame siempre…

Mi vida fue concisa, y desearía que no hubiese sido así. Adiós.

Soy una persona que explora la experiencia femenina a través de la oralidad, la intimidad, el miedo y los mundos imaginarios. Mi obra se centra en los mitos femeninos, cuestionando los estereotipos de la crianza y cómo se transforman por decisiones políticas personales. Trabajo en lo plástico y escrito, utilizando conversaciones y testimonios, con un enfoque autobiográfico y una exploración tanto material como conceptual.

Deja un comentario