Dicen que pierdes el interés en las estrellas cuando llegas a Arkala, que es una vista tan espectacular que te la llevas grabada en el alma, mil vidas después aún vivirás con esa añoranza. Lo peor de todo es que es cierto.
Perdí la cuenta hace muchas vidas de cuantos intentos por regresar llevo. Cuántas veces el deseo de estar ahí me ha roto en pedazos.
Los latidos de mi corazón ensordecen todo lo demás, no escucho las indicaciones de los sobrecargos, desesperada por salir de la nave. Acomodo la capucha de mi capa para reducir mi visión y no arruinar la vista antes de tiempo mientras avanzo por los pasillos de la nave-crucero hacia la salida. ¿A quién se le ocurrió poner tantas ventanas en una nave que pasará tantas “semanas” en el espacio? Pero claro, muchos de los turistas, aún tienen que esperar su turno. Los niños, emocionados por las historias del imperio, se asoman por ellas, embelesados por la ciudad de muros kilométricos, los trenes viajan entre esos muros, los rayos ya casi debilitados… No puedo seguir viéndolo en mi mente. Tengo que silenciar mis pensamientos y verlo. De todos modos, los muros son tan altos que se vuelven el cielo.
Es imposible no pensar en la ciudad que estoy a punto de “volver” a pisar. Arkala es un planeta-estado, una sola ciudad, la cual apenas cubre el 32% de la superficie del planeta. Parece poco, pero aun así sobrepasa la magnitud de muchas ciudades-planeta. La ciudad está construida entre círculos concéntricos para mantener el calor; Arkala no tiene estrellas cercanas, por lo que dependen de sus manipuladores de fuego, a pesar de que tienen la tecnología, poder y recursos para construir calderas. Las calles son iluminadas por antorchas que mantienen una cuadrilla de trabajadores. Quien tenga una sola gota de sangre arkalan tiene las habilidades de manipulación de fuego, aunque en menor medida que las familias más antiguas. Utilizan sus poderes para mantenerse vivos, comienzo a cuestionarme si mi abrigo será suficiente o tendré que retrasar un poco mi meta para conseguir ropa apropiada.
La salida de la nave es una puerta relativamente chica, resguardada por un solo soldado, quien decide si otorga la entrada o no. El sistema parece risible, al conceder la entrada el soldado retrocede lo suficiente para permitir al turista salir de la nave. De ser denegado, obviamente no se moverá hasta que el ingenuo turista se vuelva a internar en la nave. ¿Si el turista insiste y pretende empujar al guardia? Una flama envuelve al nuevo criminal, entonces es empujado hacia dentro, donde la seguridad privada de la aeronave se encarga del resto. ¿Qué suceda después? Lo desconozco y prefiero seguir ignorándolo. Tampoco hay pantallas desplegando la información o alerten de algo; queda totalmente a discreción del guardia. Desafortunadamente, durante mi espera ya he visto dos ocasiones en que el permiso se niega; ninguna ha requerido intervención extra.
Finalmente, es mi turno a la salida donde me espera el soldado, aburrido y cansado de interrogar turistas, inmerso en su rutina. Toma con resignación mis documentos y los analiza con desdén.
—¿Propósito de su viaje? — Sus palabras rígidas me ponen nerviosa.
—Visitar a mis abuelos…adoptivos, —añado con voz ligeramente temblorosa, pues claramente no poseo las características de Arkala. Como envidio los ojos amarillos de mi padrastro, dice que los de su madre son naranjas. Los ha visto azules y rojos. Dicen que son el fuego que corre por sus venas. Intento sonreír con emoción por conocer a mis abuelos, quienes nunca sabrán que estuve en su planeta. Aunque nunca consideré si mi edad es suficiente aquí para viajar por mí misma. No puedo evitar temblar un poco ante la idea de que les informen a los abuelos o a mis padres, quienes me creen de visita con una de mis amigas de la infancia en nuestro propio planeta.
El soldado me observa de arriba a abajo, analizando cuánto peligro podría representar para la seguridad del imperio. Retrocede lo suficiente para que yo pase, tras determinar que soy un riesgo inexistente.
Doy el primer paso sobre la tan anhelada tierra con la vista baja, una parte de mi espera que suceda algo espectacular, me recibe el aire helado que me hace dudar instantáneamente de mi plan. Pero… tiene algo familiar, casi un recuerdo a escarbar de mi ¿alma?, mi ¿cerebro? Está ahí, solo que no sé dónde. De todos modos, el frío hace mella, haciéndome creer que olvidaré el calor, insinuándose en cada resquicio de mi sangre.
Recorro la estación de llegada descuidadamente, desesperada por llegar a mi meta; tal vez también en busca de un ambiente más agradable. Qué tan gigantesca es la nave del edificio, como están las indicaciones dentro de este, a donde debería regresar para tomar la nave que me lleve a casa antes de que mi amiga se vea forzada a confesar, es información que dejaré para el último minuto; pánico que no necesito en este momento.
Horas de caos buscando el camino que me lleve al centro de la ciudad. Cada círculo de la ciudad es casi una ciudad en sí misma, se construye nuevo círculo por fuera cuando ya no hay más superficie a nivel suelo o si se aumentara la altura de los edificios, estos sobrepasarían los muros. Las construcciones casi caprichosas por alzarse tan alto como sea posible tienen una cierta elegancia en la caótica integración de la estética de Arkala y todos los planetas y galaxias que han conquistado. Apenas tengo tiempo de admirar esa exhibición de poder, pues mi mirada está pegada a la pantalla que anuncia cada estación. Han sido varios transbordos para cruzar cada sección. No quiero imaginar lo que implicaría equivocarme en una sola estación.
Sin embargo, llega el momento en que la pantalla muestra una sola estación más: Arkala. Mi corazón no puede más ante la mera idea de esto, mi rostro se deshace en risas y alegría. Cuánto he anhelado, cuánto le he rogado al universo por esto. Cuántas plegarias no he desperdigado a lo largo de los años, ¿de las vidas, también?, por esto.
Salgo de la primera, y más elegante, estación con manos temblorosas sujetando mi capucha para empujarla hacia atrás en el momento exacto. Tal vez, hay piedad de parte de algo, logro echarla hacia atrás de manera precisa.
Estoy en el primer círculo de la ciudad, las calles se extienden de manera radial desde el centro, por lo que disfruto de la vista de manera ininterrumpida. Aquí se encuentran los edificios más antiguos, de varios siglos, si no es que milenios. Aquellos apoyados sobre el muro se alzan tan altos como es posible y de ahí extenderse como manos para alcanzar el centro. La siguiente línea es apenas más baja, repitiendo el patrón, así hasta llegar al centro, donde están las mansiones de los fundadores y el palacio imperial. No pude contenerme y me lanzó a la carrera, atrayendo miradas de extrañeza.
Ahí está Arkala, una bola de fuego flotando por encima de la ciudad como única fuente de calor. Con cada paso más cerca, me olvido del cielo y de las estrellas, mi mirada atrapada por los destellos sobre las esquinas, ese calor que me envuelve y me da la bienvenida, las sombras inmóviles que suspiran “el tiempo no ha pasado, estás en casa”, ya no necesito desear, ni rogar a la nada. Los diamantes y cuarzos son opacos en comparación con las fachadas, el calor reflejado te acaricia una mejilla, huyendo ante alguna corriente de aire, para despedirse con un roce sobre tu brazo, y seguir así todas las horas posibles. Cuelgan de algunas ventanas los tapices con los colores imperiales, amarillos y rojos, como flamas, elevándose hacia Arkala para alimentarla. Intento absorber todas las vistas, beberlas en mi alma, esto era todo lo que deseaba. No necesito estrellas para soñar sobre lo que me pertenece. Solo necesito regresar, en la próxima o mil vidas después.

Aileen Borghols. Nací el 29 de febrero de 1988 en la Ciudad de México, donde las librerías de viejos, los teatros y las leyendas coloniales despertaron un interés por la palabra escrita. Publiqué tres cuentos en la antología Arcano sueño, la cual se presentó en la FILIJ 2022 de Tamaulipas, en conjunto con otros dos autores de esta.

