Liliane Sofía Ortega Ocampo: Euterpe

¿La musa de la música? ¡No me hagan reír! Cuando yo —La Gran Euterpe— soy la misma encarnación de esta. En todos lados me encuentro presente: en el trinar de las aves, en el silbido del viento y hasta en el mismo océano.

Yo misma fui quien les dio los instrumentos a los humanos; fui yo quien les dio el conocimiento de la teoría musical para que pudieran construir hermosas melodías sin saber que ese sería el inicio de una pesadilla.

Retornemos un poco en el tiempo (mejor dicho bastante), cuando los vi crear sus primeras piezas, cuando escuché sus primeras notas me emocioné demasiado y quise participar con ellos, así que adopté una forma humana. En un inicio los hombres fueron amables conmigo pero nunca creí que mis formas femeninas les fueran a provocar inseguridades ya que ellos no aceptan que una mujer fuera capaz de componer mejor, así es, se adueñaron de la música y no dejaban que sus compañeras participaran en ella. Poco a poco me fueron exiliando, me empezaron a tratar como a alguien inferior e incluso me acusaron de plagio al decir que mi música había sido compuesta por algún varón; otros decían que yo había sido fuente de inspiración a tan bellas melodías pero jamás la compositora. Así fue como me rebajaron a musa. ¡Qué humillación! ¡Qué descaro! ¡Qué vergüenza!

Recuerdo que inmediatamente decidí alejarme un tiempo de los humanos para poder así crear la más bella obra musical, una pieza que te hiciera perder la cordura, una melodía que les hiciera pagar a los hombres por toda vejación que me habían ocasionado. No recuerdo cuánto tiempo tomó pero cuando hubo quedado acudí a las sirenas para que me ayudaran a interpretarla, es bien sabido que no existe nadie mejor para entonar melodías. Ellas aceptaron, también buscaban vengarse de ellos. En un inicio todo funcionaba de manera perfecta, los hombres se veían atraídos por la bella melodía que escuchaban a través del canto de estas extraordinarias mujeres y sin darse cuenta morían ahogados gracias al embeleso ocasionado por la combinación de ambos elementos. Desgraciadamente duró poco el gusto, en una embarcación iban demasiados hombres sordos y así descubrieron como mis amigas atraían a los suyos, dando comienzo a  la masacre en la que las sirenas se vieron envueltas. Luché junto con ellas y las que sobrevivieron decidieron ocultarse en las profundidades marinas y jamás regresar a la superficie, estábamos de acuerdo, imposible vivir con ellos.

Todo esto me hizo enfurecer aún más, así que fui a buscar a una mujer de la que me habían contado, una genio musical que tenía que vivir bajo la sombra de su —también llamado genio— esposo. El nombre de ella Clara S. Me presenté inmediatamente ante ella y le mostré la partitura explicando el efecto que esta producía en el cerebro masculino aclarándole que no producía ningún efecto en las mujeres ya que se agregan notas que solo el oído de estas es capaz de escuchar, por lo que anula el efecto de embeleso y locura que a ellos les provoca, naturalmente ella tenía miedo en un inicio así que le dejé las partituras y le dije que lo pensara.  

Robert, su esposo, inseguro como solo ellos saben serlo, se destruyó los dedos en su afán de querer agrandarlos para poder tocar mejor, provocando así su propia ruina y de paso también quería que su compañera sufriera pues quería que ella se dedicara únicamente a interpretar las piezas que él llegara a componer. Ella en un arranque de ira tomó mi partitura y la tocó en presencia de él, lo cual lo sometió a un colapso mental, tras esto tuvo que ser ingresado en un hospital psiquiátrico. Clara fue libre nuevamente, pero los demás músicos nunca terminaron de culparla y de llamarla “mala esposa”, lo que ocasionó que su ascenso en la escena musical se estancara; nadie quería escucharla, por lo que no pudo volver a ejecutar mi pieza. En su lecho de muerte ella me pidió que no parara con esa venganza, que buscara una mejor forma para llevarla a cabo, una manera que ya no involucrara a las mujeres para que no pudieran culparlas más.

Llena de dolor por su partida me acerqué a uno de los llamados “grandes maestros de la música” que tenía fama de robar las composiciones de su esposa y presentarlas como propias. En un sueño le presenté aquella pieza musical lo que ocasionó que no despertara jamás. Desde entonces varios músicos han muerto o enloquecido de manera misteriosa; algunos lo hacen al escuchar en su mente la pieza y otros —la minoría— al interpretarla, lo cual provoca la muerte súbita de aquellos varones que estaban en el momento de la ejecución y es que cada acorde, cada síncopa, cada silencio, cada frase están compuestos perfectamente para llevarlos a un éxtasis del cual ya no podrán salir jamás.

Hicieron de la música una competencia, la han destrozado, jugado con ella. ¡Jamás se los perdonaré! 

Siguen llamándome musa cuando lo que hice fue compartirles mi esencia. No soy la musa, soy la música.

Liliane Sofía Ortega Ocampo. Nací en la Ciudad de México y desde muy pequeña amante del arte. Estudié derecho por error pero enmendé mi camino y desde entonces me dedico a la música y la actuación. Disfruto también de la escritura y del dibujo y la pintura. Creo que no existe mejor manera de expresarse que a través del arte.

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