Lilián Hernández Nolasco: La guardiana de orquídeas

Nació en una población aislada y rodeada de cerros, en medio de jardines de café que albergan una enorme diversidad de plantas, unas 300 en promedio. Algunas son para el alimento de la familia, otras medicinales y, otras más, son de ornamento.

La llamaron Cambria, como las orquídeas de especie única, las que son el resultado de una mezcla de híbridos. El nombre lo tomaron de una investigadora, una bióloga, quien antes de su nacimiento estuvo realizando indagaciones en las plantaciones de café de la zona. La bióloga era originaria de Polonia, vivió ahí un poco más de un año, era una apasionada de la flora de los bosques de niebla y le encantaba conversar con los residentes del lugar. 

Cambria era una niña extraordinaria, todas las mañanas recorría caminando y saltando en los jardines de café. Después, ya en su juventud, sus recorridos al amanecer continuaron, solo que ahora con cautela, observando con detenimiento cada árbol del jardín, era notable que lo hacía con un propósito. Quizá el de cuidar y escribir sobre cada una de las orquídeas que allí florecían. Cada una registrada con una descripción precisa de su forma, color, textura, aroma y el árbol en el que crecían. Nadie entendía cómo lograba adquirir conocimientos de botánica, ¿tendría un don especial?, ¿algún ser fantástico le enseñaba? Pues ella solo había aprendido a leer y escribir, fue su única instrucción por vivir en un lugar tan alejado.

En medio del jardín de café había una choza pequeña, agradable y cálida en los tiempos de frío, ahí guardaba todas sus anotaciones y dibujos. Casi nadie entraba, era tan suyo, tan íntimo. Yo conocí a Cambria cuando estaba por cumplir los 60 años. Me sentí afortunada el día que me invitó a pasar a su refugio donde todo era de madera ―una mesa pequeña y dos sillas en el centro, un sillón de respaldo grande con dos cojines de colores para dar comodidad a la dureza del tablón, un librero rústico y, apenas, una ventana pequeña sin cristales, que muy pocas veces abría―.  Muy emocionada me mostró todo lo que tenía sobre las orquídeas; pero no pude advertirlas en el jardín, pretendí imaginar que fue por la neblina que cubría la vegetación en esos días. 

Alguna vez alguien, sin permiso, entró a la choza, encontró el registro de las orquídeas y ―leyendo con detenimiento su morfología y ubicación― las empezó a buscar entre los árboles, no las encontró. Cambria sabía que las orquídeas no estaban a los ojos de las demás personas, porque de estarlo ―siendo el mercado de las flores exóticas sumamente redituable― quizá tratarían de comerciar con ellas y las perdería. Más aún, el valor de estas orquídeas era incalculable, casi todas eran especies únicas.

Ella tuvo una hermana, varios años más joven, pero vivió apenas hasta los quince años ahí, en cuanto pudo se fue con la tía Martha ―quien ocasionalmente regresaba al pueblo de visita―. Pasado algún tiempo nació su sobrina Sara, algunas veces siendo niña la llevaron al pueblo. Cambria y ella simpatizaban, cuantiosas tardes la acompañó a la choza, le enseñó lo que pudo de las orquídeas y durante largos paseos por la parcela de café le mostró las flores. La pequeña solía hablar de lo hermosas que eran, pero su mamá pensó que era muy fantasiosa.

Los padres de Cambria envejecieron y le tocó cuidarlos hasta su fallecimiento, aunque nunca entendieron el actuar de Cambria y el porqué del cuidado esmerado del jardín de café. Aun así, no cuestionaban su rutina diaria. Después de todo, ella jamás pensó en marcharse, pese a que tuvo oportunidades para ir con algunos familiares que vivían en la ciudad más cercana. 

Varios años después, Cambria se enfermó, perdió la vista y luego las fuerzas de vivir. Dejó la propiedad a su sobrina. Para ese entonces Sara era una joven que constantemente recordaba aquellas tardes de su infancia entre orquídeas. La orquídea llamada Vanda siempre había sido su preferida, por lo brillante y colorida, con esas tonalidades que van del azulado al cálido naranja. 

Al presente, con los rayos del sol de la mañana, Sara se sumerge en las arbóreas que cobijan las cerezas de café. 

Lilián Hernández Nolasco. Soy madre de dos jovencitas, Yaiza y Abril, para quienes quiero un mundo mejor. También participo en la formación de estudiantes universitarios bajo una concepción humanista y solidaria con la naturaleza. Me agrada relacionar los cuentos que transitan de la realidad a la fantasía. Sobre todo, en temas que abordan la construcción y preservación de una relación armónica entre naturaleza y sociedad.

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