Ana Laura Corga: Cultura de la no espera

Su amigo Julio ingresó al salón de clases con una sonrisa que iluminaba todo su rostro. Él lo observó detenidamente buscando una respuesta a tanta felicidad. Después de un momento, Julio le envió un mensaje a través de su dispositivo que decía: «Te veo en el recreo, me han compartido algo increíble, ya lo verás…». Para un niño como él, la espera parecía insoportable, por lo que rápidamente le escribió: «No, dime ahora». Julio contestó con un sticker de un diablito sonriente y un texto que decía: «¡NO, ESPERA!».

Finalmente sonó la alarma para el recreo y él no sabía qué esperar, se había imaginado de todo. Tal vez el nuevo Pokémon que no habían logrado obtener, o la clave para el videojuego de realidad virtual que tanto les habían pedido a sus mamás, o incluso una forma de hackear las calificaciones del examen de matemáticas, ¿qué podría ser?

Apenas dieron un paso fuera del salón de clases cuando él se le acercó corriendo:

—Ya dime wey, quiero saber.

—Espérate, vamos al baño porque aquí nos van a cachar—, respondió con una sonrisa traviesa en su joven rostro.

Se preguntó qué era tan secreto, por qué tanto sigilo. La curiosidad no lo dejaba en paz.

Tan pronto como lograron separarse de sus otros compañeros, corrieron hacia el baño y Julio aseguró la puerta. Sacó su dispositivo digital y lo colocó en su muñeca, de él se desprendió una imagen en 4D: el avatar de Índigo, una niña de su clase.

—¿Cómo lo obtuviste, wey? —le dijo con preocupación.

—Ay, que te valga. Aquí está y lo tenemos desactivado de manera ilimitada. Podemos hacer lo que queramos y ella ni se va a enterar. 

—No te pases. ¿Y si Índigo nos descubre? Nos van a suspender. 

—¿Quién le va a decir, a ver? ¿Tú? No me digas que eres chismoso.

—No, pero no quiero meterme en problemas. Mi mamá me va a prohibir los videojuegos de día otra vez.

—Tranquilo, nada va a pasar. Tú date y vamos a jugar un rato con ella.

Al inicio él no quería, le parecía algo peligroso que podría meterlo en problemas, pero la insistencia de Julio y la curiosidad terminaron por convencerlo.

—Bueno…

No pasó mucho tiempo y los otros compañeros comenzaron a patear la puerta para que los dejaran entrar. Guardaron el avatar y la abrieron. Julio mencionó que sus padres no estarían en casa por la tarde, así que acordaron encontrarse allí para continuar con el descubrimiento.

Un par de mentiras fueron suficientes para poder ir a casa de Julio. Sin el uniforme verde de la escuela secundaria, corrió hacia la casa de su amigo que se encontraba a un par de cuadras de distancia. Se imaginaba qué harían con el avatar, una réplica perfecta de Índigo, una de las niñas más bonitas de la clase. Pensaba en cambiarle el outfit para que no fuera escolar, nunca la había visto con ropa de calle, quería saber cómo se veía. Soltarle el cabello, vestirla como la capitana Pokemón. 

Llegó y tocó el timbre, su amigo lo vio a través de la cámara de su dispositivo y de inmediato le abrió la puerta. Entró y Julio le gritó que estaba en su habitación. Al llegar al cuarto se encontró con que ya tenía el avatar en su muñeca. Parecía que había estado jugando con él durante un tiempo, ya llevaba puesta ropa distinta a la del uniforme escolar.

—No te pases, ni siquiera me esperaste —protestó.

—No pude, me moría de ganas de jugar con ella —respondió emocionado.

—Ahora dime quién te lo dio o cómo lograste hackear su avatar.

—Fue mi primo, está en su último año y toma una clase extra de nuevas inteligencias artificiales. Logró hackearlo, sólo necesitaba su usuario y listo. 

—¿Y qué puede hacer? ¿Podemos ver el nivel de campeonato Pokemón que tiene? ¿En qué nivel está?

—Sí, tenemos acceso a todo su historial, pero eso no es lo mejor. La tenemos completamente bajo nuestro control. Podemos hacer lo que queramos y mi primo me enseñó algunos trucos…

—A ver, enséñame.

—Mira, podemos verla completamente desnuda.

Ejecutó un par de comandos y el avatar de Índigo comenzó a quitarse la ropa. Su expresión se volvía incómoda, como si fuera consciente de que aquella acción no era algo positivo.

Hace pocos años se popularizó el uso de avatares en formato 4D. Se trataba de una nueva inteligencia artificial que permitía el acceso a niñas, niños y jóvenes tras el registro y consentimiento de sus madres y padres. Este modelo era capaz de replicar de manera completa las características de la persona usuaria, actualizándose de manera constante a medida que crecían. Si cambiaba su cabello o se desarrollaban sus orejas, todo se reflejaba en tiempo real. Era una tecnología de vanguardia que las personas adultas utilizaban para reuniones laborales, capacitaciones o para dar instrucciones a sus hijas e hijos cuando estaban fuera de casa.

Para las niñas, niños y jóvenes, los avatares se convirtieron en un espacio de juego donde podían probarse ropa, tomarse fotos, practicar deportes extremos o jugar videojuegos con una réplica exacta de ellos. Aunque no era sencillo hackearlos, habían escuchado algunos casos al respecto. Sin embargo, no pensaban que esto pudiera ocasionar grandes problemas, ya que se podían desvincular de las personas usuarias, lo que eliminaba todo el historial asociado.

—Mi primo también me enseñó a interactuar entre avatares. Podemos jugar con ella y hacer que se bese con alguno de los nuestros, o incluso con los dos.

—¿Pero para qué queremos hacer eso? Mejor vamos a ver si podemos robarle sus puntos en los videojuegos.

—¿Tienes miedo o qué? Hace poco vi un video en OnlyFriends donde le hacían gagging a un avatar. Quiero probar, pero quería mostrártelo primero para que luego tú puedas hacer lo que quieras.

—Nunca había escuchado esa palabra. Bueno, enséñame, ¿qué se debe hacer?

Una de las escenas más extrañas que había presenciado. El avatar de Julio estaba completamente desnudo al lado del de Índigo. ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Por qué esto le generaba curiosidad? ¿Placer? Un torbellino de emociones se cruzaba en su mente. Jamás se había imaginado a Índigo de esa manera y ahora la tenía ahí, en esa escena que le generaba emociones encontradas. Sentía el impulso de salir de ese lugar, de correr y advertirle a Índigo para que bloqueara sus datos. Quería contárselo a su mamá, hacer algo al respecto, pero se quedó paralizado. Permaneció impactado mientras su amigo, con un semblante completamente diferente, le invitaba a tomar su turno.

—No, no quiero. No me parece correcto.

—Pero, ¿por qué? Es sólo un avatar. Ella ni se va a enterar, además, todos lo hacen.

No quiso escuchar más y salió corriendo de la casa, mientras escuchaba alejándose el grito de Julio que le decía: “¡marica!”. Sentía repulsión, un asco hacia sí mismo por siquiera imaginar la posibilidad de hacer lo que Julio le estaba haciendo a Índigo. Sentía que algo no estaba correcto, se preguntaba por qué su cuerpo estaba experimentando un éxtasis que antes no había sentido con una escena que a todas luces no le daba buena espina. No sabía si debía correr a contarle a su mamá, si debía advertirle a Índigo, o si debía denunciar a Julio. Lo único que tenía claro era que eso no era correcto y que le hacía sentir mal con su compañera Índigo.

Pasó toda la tarde pensando en eso, pero la pasividad le ganó y no hizo nada. Al día siguiente, Julio llegó y no le dirigió la mirada, lo esquivó como si no existiera. Se dio cuenta de que había comenzado a interactuar con otro compañero de clase, con quien se cuchicheaba mientras se reían burlonamente frente a Índigo. Ella, desconcertada, les recriminaba que la dejaran en paz.

Pasaron un par de días más y Julio ganó un grupo considerable de seguidores. Parecía que se estaba formando una bandita, camaradas que se acercaban y se agrupaban a su alrededor. ¿En qué momento se había vuelto tan popular? Él no dijo nada, la nueva bolita lo discriminaba. Seguramente Julio les había contado que salió corriendo de su casa. Índigo lloraba porque no dejaban de molestarla, de picarle las costillas, jalarle el cabello e intentar ver debajo de su falda. Él, en su pasividad, sólo se quedaba mirando con los ojos abiertos, sí, desconcertado, pero sin tomar ninguna acción.

Mientras esto sucedía, se gestaba una nueva forma de interacción digital, una cultura emergente pero vieja conocida que algunos llamaron «Avaporn». Índigo se encontraba atrapada en medio de ello, sufriendo la violencia de sus compañeros de clase. Era evidente que algo debía hacerse para detenerlo, pero, ¿quién iba a dar el primer paso?

Este texto fue creado en el Laboratorio de cuento de ciencia ficción coordinado por Rakel Hoyos desde Imaginarias y con la inspiración de las conversaciones de mis compañeras en la tertulia del libro «Política sexual de la pornografía. Sexo, desigualdad, violencia» de Mónica Alario Gavilán, que coordinó Marisabel Macías.

Gracias a mis queridas Ángeles y Mayra por revisar mi cuento.

Ana Laura Corga. Soy mujer, feminista, escritora y soñadora. Nací bajo el sol de capricornio en la ciudad monstrua (CDMX), de raíces oaxaqueñas y guanajuatenses. Mezcla de identidad, migración e historias. Escribo sobre mis inquietudes de este y otros mundos; más ficción que realidad.

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