Corrí hacia el campo después de una grave discusión sobre mis errores. Corrí tan lejos que deseé llegar hasta donde desaparecieran mis pies. Corrí velozmente para obligar al viento a arrancar las lágrimas de mis ojos y al fin poder ver, y quizá con un poco de suerte, lograra arrastrar la desesperación, la tristeza o el enojo.
Llegué, sin darme cuenta, a un páramo singular con matorrales adornados de flores que no conocieron la vida de otra forma. Flores de todo tipo de colores y anatomía, únicas en su especie, que florecieron de la manera más inesperada. Caminé alrededor mirando los detalles de aquellas y sentí su tranquilidad a pesar de los males que goteaban con el rocío de cada uno de sus pétalos. Observé de aquí a allá entendiendo los leves susurros de sus colores. Reí con las historias traviesas de esa que tenía los tonos del azul más alegre y me lamenté entre sollozos con la de los pétalos blancos que perpetuaban su pureza. Cada matorral era tan hermoso según la tragedia que le diera razón a su existencia y entonces comprendí que mi llegada a este lugar no era un simple paseo entre flores y sus historias tristes.
Mi curiosidad me guio a un apartado jardín dentro del mismo páramo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Arbustos con flores moradas rodeaban el estanque de agua que reflejaba las nubes de lo que parecía ser el paraíso mismo. En su centro, una estructura vegetal de flores tan rojas que imitaban el color de la sangre se levantaba en punta como rascacielos. Sus ramas y hojas verdes caían al agua para después volver a salir de ella y extenderse por el amplio sitio como si de venas arteriales se tratara. Conté mis pasos para acercarme con cautela, pero los susurros de esas vidas me invitaron a beber del agua que les mantenía. Formé un hueco con mis manos y tomé del líquido que sació una sed que no sabía que tenía. Sumergí mi rosto y pronto me empapé hasta hundirme completamente.
Al salir, sentí fluir toda esa agua dentro de mi cuerpo, y como si el lugar reservado para mí me llamara, caminé hacia los arbustos con flores moradas. Mientras caminaba, noté que mis pies se volvían verdes y las hojas amarillas en forma de estrella, pero verdes en sus cinco puntas como las que tupían aquel arbusto, sobresalían de mis piernas para entrelazar mi par de extremidades y convertirlas en camino de enredaderas. Avancé hacia mi sitio y mis brazos rodearon mi torso como pétalos cubriendo las historias de mi propia vida. Mis brazos ya eran pétalos morados que, en forma de campanilla, envolvieron mis ideas. Mi pecho y mi cabeza se volvieron un pistillo rosado como el color de mis mejillas y mis sentimientos reposaron como columna envuelta en mis historias.
Me quedé muda después de mandar mi último grito desde mi ovario hasta aquel centro rojizo del estanque, donde mi error como semilla germinó y nació sin conocer la vida. Donde la belleza de su existencia no fue juzgada y vivió sin ser limitada…

Anezly Ramírez y nací en la Ciudad de México en 1995. Desde pequeña incliné mis estudios hacia la física y las matemáticas, egresando del Instituto Politécnico Nacional como Ingeniera en Comunicaciones y Electrónica. Sin embargo, mi gusto por la literatura, en especial los géneros de la fantasía, ciencia ficción y terror, no se quedó atrás y eventualmente comencé a escribir mis propios relatos. Actualmente resido en México donde sigo ejerciendo como ingeniera a la par de comenzar a crear mi camino como escritora.