Respiras. El fango te arropa, hueles a mezcla de arcilla y agua. Te miras los dedos pequeños como brotes, desentumes las hifas largas que se estiran cual piernas. Bostezas. Arriba ya cantan las aves, la luz matutina acaricia las hierbas y el suelo bebe el rocío en gotitas. Escuchas las patas de algún escarabajo inquieto que también comienza el día. Te rascas la cabeza; lejos, bajo tu espalda, sientes el paso lento de una lombriz de tierra.
Te encoges en tu pequeñez y luego te expandes para dejar escapar una voz que suena a minerales, nace en tu boca de lodo y recorre todos tus filamentos hasta encontrar la roca, el árbol, la cascada, el lago, el planeta.
—¡Buenos días, Madre! —gritas.
Ella te escucha. Eres su pequeño hijo, el que fluye a través de la tierra, el que se abre paso entre bulbos y rizomas para salir, dando brinquitos, al sol. Ella te toca, lo sabes porque la humedad alrededor tuyo vibra, como un abrazo de raíces y piedritas. Sonríes, Madre está viva.
Empieza un día más en este astro de barro, los dioses hunden sus dedos en el cieno, prestos a engendrar formas imposibles; los compadeces. En su afán creador han olvidado la feliz promesa de ser diminuto como un murmullo y eterno como la vida misma.
Prefieres ignorarlos y te metes bajo la zarza, tomas su fruto rojo y hundes tus filamentos en su jugo. La vida, así bajo la sombra de los árboles y el cielo pintado de azul, es todo lo que tú, espíritu travieso, deseas.

Soy Ana Jácome, ferviente lectora de lo inusual. Amante de monstruos y extrañezas. Activa participante de talleres de escritura. Escribo cuentos raros, he sido publicada en Penumbria, Especulativas y Letras Insomnes; en Cuentística y en las antologías Navidades Paralelas y Triskadekafobia de la editorial Lengua de Diablo. En 2024 publiqué de forma independiente “Historias que me contaron”, colección de relatos dentro del género del terror.

