Siempre decían que el fin del mundo venía. Hubo tantas fechas que dejaron de importar.
Hasta que un día, llegó.
No hubo explosión ni estruendo, sólo un silencio que caló hasta los huesos.
Ella —última habitante de un barrio de Tlalpan—, guardó lo importante en cajas:
recetas con chiles y especias, diarios de lucha, mapas de rebeldía, cantos, poemas y cuentos de mujeres.
Cavó una bodeguita bajo el oyamel, la encementó y puso una puerta de acero.
Cerró la puerta con un mensaje:
“9 lunares, 4 sangres, 1 grito. Sólo entonces abrirá”.
La cerró sin lágrimas, preparó té de 7 azahares y durmió.
Ya no.
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Doscientos años después, en medio de una ciudad reconstruida sobre terrazas de nopal y paneles solares, una niña con ojos de obsidiana descubre la bodega.
Contó los lunares de su madre, recordó los nombres de cuatro que sangraron antes que ella y gritó.
La puerta se abrió y pudo leer:
“aquí está lo que sembramos. No para ustedes, sino para que ustedes sigan sembrando”.

Ana Laura Corga. Nací bajo el sol de capricornio en la ciudad monstrua (CDMX). De raíces oaxaqueñas y guanajuatenses; mezcla de identidad, migración e historias. Bruja en de/formación en su black cat era.

