Génesis García: Miedo

Tengo miedo. Tengo miedo de esto que está creciendo dentro de mí. Lo siento crecer y moverse, golpearme desde dentro, como si quisiera tener mi atención todo el tiempo. Lo siento hundiéndose entre mis costillas, aplastando mis órganos, quitándome el aire. Me ahoga por las noches, me hace devolver la comida por las mañanas, hincha mis pies, llena mi rostro de manchas y hace que mis pechos piquen y duelan constantemente. Todo duele, en realidad: mis pies, mis piernas, mi cabeza, mi espalda. Me duele respirar. Me duele vivir. Y esta cosa no se detiene, no tiene compasión. Aletea dentro de mí, riéndose de mis malestares y de mi miedo. Se burla. Y crece, crece, crece. Me ha deformado por completo y lo odio. Lo odio.

“Qué hermosa te ves embarazada”, dicen. Mi madre está feliz, tejiendo como una araña para cubrir al ser infernal que llevo dentro. Mi suegra me mira con orgullo y todo el mundo quiere tocar mi jodida panza, como si mi cuerpo ya no fuera mío. Ah, claro. Es verdad: YA NO ES MÍO. Es suyo. Todo es suyo. El amor, la atención, los cuidados… todo es por él, para él. Y lo odio. Lo odio. Mi esposo me abraza por las noches, acariciando mi panza siempre inquieta; me sonríe y me besa, me agradece por el regalo de su paternidad. Verlo así de feliz, así de esperanzado me parte el alma. Él lo espera con tanta ilusión… pero, ¿cómo le digo que el niño no es suyo? ¿Cómo les digo a todos que no sé qué mierda es?

Todo comenzó ocho meses atrás. Laura, la vecina, llegó con la novedad de la infidelidad de mi marido. Juan Carlos y yo nos casamos hace menos de un año, ¿cómo iba a serme infiel tan pronto? Pero sus palabras despertaron dentro de mí la sombra de la duda y comencé a seguirlo como una sombra, a pegarme a él, a esperarlo despierta por las noches, a soñar con sus labios en la boca de otra, con su cuerpo haciéndole el amor a otra. A veces incluso, mientras lo tenía dentro de mi cuerpo, calentando mis entrañas, sentía que no era a mí a quién le hacía el amor: era a ella. Y un día lo vi. Su secretaria, joven y bonita salió de su oficina acomodando su faldita de puta, sonriendo con sus labios de puta y mirándome con extrañeza con sus ojos de puta. Puta. La odio. Los odio.

Decidida a no dejarlo ir, probé suerte con una bruja local. Me dijo que necesitaba ropa interior de mi marido y se la llevé. Me pidió una fotografía y se la di. Me pidió sangre y semen y se los entregué sin pudor. Luego pidió cuatro mil pesos, la totalidad de la herencia de papá… y los pagué. Lo hice por mantenerlo a mi lado, por atraparlo para siempre, por evitar la soledad. Porque el odio que sentía por él no compensaba el dolor de una vida sin su presencia, sin sus sonrisas, sin su calor. Tenía miedo a estar sola, a ser juzgada como la cornuda, como la pobre estúpida que no pudo mantener a su marido a su lado ni siquiera por un jodido año. Tenía tanto miedo…

Y entonces llegó el día del ritual. Ese día vi cosas que jamás debí ver, entidades oscuras y extrañas de ojos rojos y brillantes que susurraban cosas que yo no quería oír. Pude sentir sus manos sobre mi cuerpo, arrancando mi ropa, su lengua ardiente quemando en mi piel, sus… cosas dentro de mí. Me quemaban por dentro y por fuera y por un segundo creí que moriría abrazada. Y luego, desperté. La mujer me miraba con una sonrisa. Me explicó que todo estaba listo, que lo que vi no fue más que un sueño y aseguró que pronto comenzarían a cambiar las cosas, que él sería mío para siempre, que ya no habría obstáculos entre los dos. Dijo que esa mujer desaparecería y que él volvería a mirarme como antes, que volvería a amarme como antes. Salí de la consulta envuelta en dudas, pero, cuando llegó la noticia del asesinato de la pequeña secretaria puta, supe que la bruja no mintió.

Mi marido se aferró a mí, volvió a verme como antes, a tocarme como antes. Dos meses después, recibí la noticia de mi embarazo. Como toda mujer, conozco mi cuerpo y mis tiempos y cuando el médico nos dijo la fecha aproximada de la concepción… en ese momento supe que no era de mi marido. Era de ellos. Los del rostro famélico y las manos con garras, la lengua caliente y el olor a azufre. La familia celebró el acontecimiento por todo lo alto mientras yo lloraba en un rincón, aterrada por lo que vendría: ¿cómo iba a explicarles cuando saliera un monstruo de mí? ¿sobreviviría al parto, siquiera? Los meses pasaron y pasaron y las pesadillas no me dejaban dormir. La cosa seguía creciendo y creciendo, arañándome por dentro y volviendo mis días un infierno. Nueve meses después, la guadaña de la muerte se clavó en mi vientre y el dolor terminó por enloquecerme. Recuerdo que me arrastraron a un hospital, doblada por los dolores, gritando que me soltaran. Solo quería que todo terminara, era casi como si quisiera escapar de mi propio cuerpo… alguien inyectó algo en mi brazo y entonces todo terminó. Cuando volví en mí, estaba tendida en una cama, ya sin dolor y sin esa cosa dentro de mí. Mi vientre se sentía vacío y una mezcla de alivio y terror me sacudió.

—Oh, ya despertó… ¿cómo se siente? —la voz de la enfermera a mi lado me sobresaltó. Era una mujer joven, tenía un rostro dulce, se veía feliz. ¿Por qué se veía feliz?

—¿Dónde está? —por un momento no reconocí mi voz, demasiado seca, demasiado pastosa.

—Se lo traeré en un momento, es un niño precioso, muchas felicidades…—apenas unos minutos después tenía al pequeño engendro en mis brazos. Se parecía a mi esposo. Tenía la misma nariz, la misma boca, las mismas manos y el color del cabello. Era un pequeño Juan Carlos en miniatura… por un momento, una ráfaga de alegría me sacudió, pensando que Dios tuvo misericordia de mí y no permitió que la semilla maligna diera fruto en mi vientre y en cambio, me mandó al hijo de mi esposo, al niño con el que soñé.

Pero entonces, la cosa comenzó a llorar. Y lo supe. “El demonio toma muchas formas”, dijo la voz de mi profesor de catecismo dentro de mi cabeza. “Se disfraza como un ser hermoso, lleno de luz, para engañarnos y llevarnos por el mal camino”. Ese niño no es de mi esposo. Es un demonio. Aterrada, permanecí en silencio, esperando el momento preciso. Todo el mundo me rodeaba, deseando parabienes y bendiciones para la criatura. Y yo sonreía. Sonreía y lo odiaba. Los odiaba a todos. Los odio. Cuando arribamos a casa, esa lluvia de amor y atenciones concluyó y quedé a solas al fin con el pequeño engendro. Cada vez que lloraba, sentía de nuevo las voces de los demonios del ritual, diciendo cosas que no quería oír. Él era igual. Se aferraba a mi pecho, haciéndome doler, arrancando mi carne a pedazos. Mi leche se mezclaba con la sangre de mis pezones destrozados y yo sabía que lo hacía adrede. Es un demonio, se alimentan de sangre humana… Juan Carlos regresó a trabajar al lunes siguiente. Y entonces llegó mi momento. Tenía que purificar mi hogar, alejar a los demonios para siempre de mi vida. Fue mi error el invocarlos en primer lugar, fui yo la que trajo la desgracia a mi vida… pero, nunca es tarde para deshacer los errores. Fue una suerte que la cosa naciera en invierno, me ahorró los trabajos de encender el fuego por mí misma. Cuando Juan Carlos llegó esa tarde, me encontró sonriendo con el cuerpo carbonizado del demonio entre mis brazos. “Somos libres, mi amor”, le dije. Ya no tenía miedo.

  Y él gritó.

Génesis García (Chile, 1990) es historiadora y escritora. Ha publicado en revistas como Trinando, Interlatencias, Anacronías, El Nahual Errante, Laberinto de Estrellas, Primera Página, y Especulativas, entre otras. Su obra, Camino fue ganadora del II Certamen de Relatos Cortos José Alberto Lario “El Flori” (España), mientras que su microficción “Primeras veces”, fue ganadora del primer lugar del concurso “Rayencura en 100 palabras” (Chile).

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