Tres textos de Nadia Guerra Gardida (La bruja del Huitepec)

El gato negro

El gato negro yacía sobre la cocina, había tomado posesión de la cocina, así como de la sala, el librero, la terraza, la recámara, incluso había tomado posesión de la cama. El, como dueño de la casa, independientemente de quién pagara las cuentas, y quién habitara la cabaña, miraba fijamente con esos ojos a veces  verdes, a veces amarillos.

Cuando llegaba, a cualquier hora de la madrugada, la recibía bajando del árbol, a veces la recibía detrás de un arbusto, otras, bajaba del muro. Se sabía el guardián principal, sabía cosas que ella ignoraba y su presencia, que lo inundaba todo, la hacía sentir protegida y segura.

Por las noches, la niebla lo inundaba todo, esa bruma caía densa y misteriosa hasta el amanecer, un halo lúgubre tomaba posesión de la casa y de sus alrededores, sin embargo, aquella mujer que ahí habitaba, descansaba plácidamente en su cama. Se sabía protegida por su gato, aquel gato que encerraba misterios que ella nunca descifraría. 

La Cabaña

Escondida en el bosque yacía la cabaña, nadie sospechaba que estaba ahí, una pequeña puerta daba paso a un camino entre el bosque, la cabaña era en si misma un ente autónomo, no tenía luz eléctrica, y pasaba desapercibida, con respeto se erigía a mitad de ese pedazo de terreno que el bosque le había prestado. A veces parecía que nadie la habitaba, o que sólo el gato negro y las luciérnagas que resplandecían en las noches húmedas sabían de su presencia. 

La Bruja

Una mujer yacía escribiendo a la mitad de la noche, una vela encendida alumbraba la fotografía del rostro de ella, su cuidadora al otro lado, escribir era su única conexión con ella, se comunicaban en un lenguaje incierto, a veces la vela indicaba con su pálida luz que ella le hablaría por medio de sueños, así es que la mujer que escribía se dormía con la esperanza de recibir sus mensajes, la bruja que conoció en su mansión de Nardo 23. 

A menudo la mujer y la bruja se convertían en una sola, lo hacían por medio de aquellos momentos lejanos pero intensos y amorosos y la bruja mayor le dictaba y sus manos cobraban vida. Había que preparar su espacio de poder, el olor a rosa mosqueta y las velas encendidas eran imprescindibles, así como el incienso, también importante. Una vez lista y frente a la hoja de papel en blanco ella le dictaba que era lo que había que escribir, a veces surgían recetas poderosas para el mal de amores, a veces escribía recuerdos de historias pasadas, memorias de las ancestras, aquellas que cocinaban entre humo y reían al unísono. Muchas veces la historias que contaba eran dolorosas pero sanadoras y era importante escribirlas. 

Ellas se comunicaban de esa manera y su vínculo era profundo, íntimo e inquebrantable. Sabían que el amor por las letras y la escritura siempre viviría, ahí en sus escritos. Sabían que dé esa manera su amor nunca moriría.

Nadia Guerra Gardida, amante de los gatos y del lugar en que nació: Xochimilco. Vive y escribe autoexiliada en una cabaña en el bosque en los altos de Chiapas. Estudió psicología en la UNAM y Feminismos en la UNICACH. Escribe por necesidad y desde la fuerza y el amor heredado de sus ancestras.

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