Había pasado mucho tiempo desde que cayó la última gota de lluvia en La Mesilla y aunque las lluvias eran muy escasas la gente no se iba.
Cuando Aarón nació era un periodo de abundancia y las lluvias traían un nuevo renacer, pero ahora era diferente, la sequía y la escasez de agua hacían imposible el cultivo y los pocos manantiales que tenían se estaban secando. El padre de Aarón estaba preocupado por la falta de trabajo y la falta de alimentos así que decidió irse a un pueblo cercano e Hipólita, su esposa, se quedó al frente de la casa cuidando de sus cinco hijos, seis chivos, diez gallinas y dos gallos.
Todos los días contaba los pocos granos de maíz que tenía para poner el nixtamal. Mientras se ausentaba para ir al molino, su hijo Aarón se levantaba al escuchar el cloqueo de las gallinas y corría a quitarles sus huevos. Le gustaba frotarlos en sus mejillas y sentir el calor que aún les quedaba, pero cuando su madre llegaba los huevos ya se encontraban en la mesa listos para ser cocinados, ella sabía quién los dejaba ahí todas las mañanas aunque nunca se había atrevido a darle las gracias. Entonces Hipólita tomaba un poco de leña para prender el fogón, se limpiaba sus manos llenas de cenizas en su falda y amasaba la masa con tanta pereza que parecía no tener fuerzas.
Nunca parecían saciar su hambre y durante el desayuno sus hijos devoraban de dos mordidas las tortillas recién salidas del comal y ella sabía que a ese paso se quedaría sin masa para la comida, entonces les ordenaba enojada que se fueran a realizar sus labores. Hablaban entre dientes y se levantaban. Aarón nunca terminaba su comida y era el último en irse, su madre comía sus sobras con impaciencia y desesperación.
Los dos hermanos mayores iban todos los días a pastorear sus animales. Un día Aarón decidió acompañarlos para aprender, no muy convencidos aceptaron. El calor era intenso, la luz de sol se reflejaba en las piedras y hacía difícil la caminata, los animales apenas podían andar. Cuando llegaron a Pañú, los chivos se dispersaron por todo el monte en busca de comida y agua y los tres hermanos se sentaron debajo de un mezquite en busca de sombra.
Aarón, aburrido, decidió ver el cielo en busca de figuras, ahí en las nubes encontró un sinfín de animales y plantas. Sus hermanos dormían. De pronto se dio cuenta que los animales no se divisaban por ningún lado y al ver que sus hermanos no se despertaban fue a buscarlos. El sol se ocultaba y el aire ya era frío, sus pasos se hicieron cada vez más pesados hasta que tropezó, con gran dificultad se levantó sacudiendo su pantalón roto. Necesitaba descansar así que se tumbó en una piedra de forma circular, palpo con sus manos la piedra y notó cuenta que tenía algo grabado. El viento parecía cantar. No quería dormirse, sino descansar un poco, pero el viento acarició su cara y comenzó a susurrarle en el oído.
Al despertar sintió que había dormido mucho y, un poco aturdido, se incorporó de la piedra. Se tardó en darse cuenta de que en frente de él había una construcción extraña. Aunque la había visto antes en los libros de la escuela, confundido observó aquel lugar y la piedra en donde había dormido tenía una enorme mancha de sangre. Tocó su cuerpo en busca de una herida, pero no encontró nada. Tenía mucha sed y ni quiera podía pasar su saliva. Cuando empezó a gritar el nombre de sus dos hermanos, un joven casi desnudo se apareció. Entonces, Aarón se dio cuenta de que estaba soñando, pero, sintió aun así mucho miedo. Trato de ignorar aquel joven y empezó a caminar en dirección contraria. Lo siguió, acelero el paso y puedo alcanzar Aarón, lo tomó de la mano y empezó a jalarlo. Los ojos de Aarón se llenaron de lágrimas, no podía comprender lo que esa persona le decía y por qué lo estaba jalando como si quiera llevárselo a otro lugar. Apenas cayeron unas lágrimas al suelo desaparecieron al instante porque la tierra estaba muy seca que las absorbió sin dejar huella excepto en su cara sucia. Quería despertar de ese sueño, cerró sus ojos y los apretó con mucha fuerza pero no consiguió nada. El joven desnudo seguía enfrente y no dejaba de señalarlo, ni tampoco al cielo. Aarón no tuvo más opción que seguirlo la luz del sol ya se había ido.
Llegaron a una población con casas de piedra y rama. Él joven empezó a gritar y las personas que se asomaron comenzaron a acercarse. La luz de la luna iluminó todo el lugar. Aarón estaba en medio de todas esas personas que lo observaban y tocaban sin permiso. La mayoría estaban desnudos, él traba de evitar mirar los cuerpos. Todos hablan al mismo tiempo, gritaban o cantaban. Aarón fastidiado y cansado, quiso correr o despertar. Aunque cerró sus ojos y los apretó con mucha fuerza. Fue interrumpido cuando un a voz fuerte resonó en la multitud. Un hombre se acercó a él y lo miró a los ojos.
b`aha, ajuä, mahests`i —gritó ese hombre y señaló al cielo— Otontecutli
b`aha, b`aha —repitieron todos observando el cielo y luego— Otontecutli
Aarón también miró el cielo. Quería entender porque se emocionaban. Las nubes empezaron a cubrir a la luna. Una gota de lluvia cayó en su frente, cerró sus ojos y el agua comenzó a ser intensa. Abrió su boca tratando de mitigar la sed con la lluvia cuando escucha a todos gritar.
Habían pasado semanas desde su llegada. El rumor se expandió por los demás pueblos y no hubo un sólo día en que no recibiera visitas. La gente se conmovía al verlo, cantaban, danzaban y besaban el suelo. Aarón no comprendía nada, a pesar de que dormía, seguía despertando ahí. A veces soñaba, que recolectaba el huevo; de las gallinas, pero ahí no había ninguna. Después, dejó de recordar su nombre y de cerrar los ojos con fuerza, iba olvidando su lengua, pero seguía sin entender a los demás, solo se sentaba todo el día a recibir visitas y a comer y, cuando se aburría dormía.
A sus pies, había una canasta con variedades de frutas. Los olores que se deprendían aromatizaron todo el recinto, los colores y las formas eran increíbles. Tomó con impaciencia un fruto de color verde y lo partió por la mitad. Su interior era blanco, sin pensarlo mucho lo mordió; el sabor, el color y el olor comenzaron a serle familiares le recordaban algo, quería saber qué, pero no pudo. Tomó otro fruto y mordió buscando recuerdos, no encontró nada. Tomó uno más, desesperado, pero no consiguió respuestas.
La mañana era diferente y le pareció extraño que lo sacaran de aquel lugar. El hombre mayor iba guiándolo, el pueblo estaba en silencio, parecía que no hubiera nadie. No tardaron mucho en llegar. Pensó que ese lugar solo existía en su imaginación. Había una pirámide enfrente y a lado una piedra redonda manchada de sangre. Todos estaban ahí, la gente danzaba a su al redor y gritaban de alegría. El olor a incienso era tan fuerte que lo hizo vomitar, una señora fue en su ayuda y le ofreció una bebida pastosa y amarga. La felicidad lo invadió y empezó a reír. A lo lejos pudo ver arriba de la pirámide a cinco niños desnudos con la cara pintada, entre ellos, al joven que lo había encontrado.
La sangre corría por los escalones de la pirámide. Los cuerpos de los niños yacían inertes en lo alto. Aarón quiso gritar al ver cómo los sacrificaban, pero por una extraña razón no dejó de reír. Entonces, cerró sus ojos con fuerza y cuando despertó todos estaban desnudos, tirados en el suelo. Se acercó a ellos y se dio cuenta de que estaban dormidos. Eso era un sueño y para despertar tenía que caerse, subió a la pirámide hasta llegar a donde estaban los cuerpos de los niños, extendió sus manos y como si fuera a volar se lanzó. El cuerpo de Aarón yacía en una piedra circular, parecía dormido. Su madre corrió para despertarlo pero su sueño era tan profundo que no pudo conseguirlo. Ese mismo día, en La Mesilla, cayó un aguacero muy fuerte que todos se olvidaron de la tragedia y festejaron la llegada de la lluvia.

Liliana Santiago Ramírez es originaria de la comunidad de San Miguel Caltepantla, Tecozautla, Hidalgo. Estudió en la Universidad Autónoma de Querétaro la licenciatura en Estudios Literarios. Su primera antología de cuentos Escucha correr el agua del arroyo está inspirada en las mujeres y espacios de Hidalgo. Su segunda obra Las estaciones de Leslie son cuentos infantiles que tocan los temas del amor y respecto a la naturaleza.

