Cecilia Mogollón Villar: El agua de Luvia

El día 300, Luvia notó que los pisos, paredes, tuberías, techo, puertas, ventanas y todo lo que conformaba su hogar no era parte de una construcción que la cobijara; sino al revés. Ella cobijaba lo inerte. La estructura se había convertido en parte suya que obedecía, cual sus órganos y tejidos, a las órdenes y reacciones de su perfecto sistema nervioso, tanto en el centro como en la periferia. Ese sistema nervioso era el hijo de su alma, el ejecutor de su inconsciente, el controlador de vuelo.

Cuando le quitó el disfraz de enojo al dolor guardado y se permitió llorar, las gotas de lágrimas acumuladas por años de calladas tristezas, propias e implicadas, se convirtieron en goterones, arroyos y ríos que no dejaban de correr desde la más intrincada célula sistémica hacia afuera. Pronto fueron insuficientes los líquidos corporales para soltar el llanto de todas las almas, entonces empezó a gotear el chorro más sensible de la casa.

Primero, una gota llenaba palanganas; treinta días después ninguna cubeta bastaba para recoger el avance del agua. Necesitó romper la pared para buscar la fuga, pues ya no era una gota en un grifo, sino dos surtidores con tubería reventada por la presión del agua queriendo salir. A los cien días ya se filtraba por los muros, ningún recipiente la contenía.

Luvia cambió las tuberías, reparó los grifos, selló la pared… pero el hilo de agua empezó a brillar por la cocina. El hilito por el suelo dio paso a lágrimas y torrentes por el techo. Buscó su camino y bajaba por cascadas desde el entrepiso. Seguía sin hallar el origen.

Una noche la despertó el sudor por todo su cuerpo. Había tristezas congeladas y desprecios escurriéndose bajo el refrigerador. Quizá sirvió desconectar la nevera porque, al amanecer, el agua inundaba el vecindario. No solo lloraba su hogar.

El día 299 Luvia se deshidrató. Las goteras empezaron a desaparecer mientras sus glándulas lagrimales se secaban. Tenía síndrome de ojo seco, piel arrugada, resequedad bucal y labios agrietados… Notó que no eran solo las goteras y las filtraciones… tras tantos días de lluvia también su corazón se había secado.

Feminista, mestiza, aprendiente crónica y aficionada a la lectura. Vivo de leer y escribir y, a veces, publico en páginas digitales o en obras colectivas.

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