Daniela Caballero: Para servir al hombre

La estación estaba concurrida. Las suelas de los zapatos bien lustrados chocaban con el piso de linóleo, si ponías atención parecían sincronizarse en una especie de marcha militar. Esa era la señal de que empezaría la jornada y debía prepararme.

Una luz tintineante aparecía y debía esperar a que dejara de parpadear para saber que era
hora de irnos a la misión. Al golpeteo de las suelas en el piso se le unían dedos tecleando
códigos con la velocidad de un parpadeo. Se decía que aquellos foráneos pisaban nuestra
tierra y era nuestro deber impedir que cruzaran nuestro territorio. Las pisadas y los dedos
tecleando aumentaban mi adrenalina programada.

La carga estaba lista. Nos subieron a una camioneta pickup, éramos cuatro o seis elementos con nuestra carga lista, preparados para realizar el trabajo por el cual existimos. Eran las cuatro de la mañana, la oscuridad reinaba y el silencio era interrumpido por el ruido de las llantas que chocaban con la tierra en ese desierto árido.

Mientras viajábamos al lugar de la acción, en nuestro dispositivo, se descargaban los datos de los enemigos: color de piel, estatura, color de ojos, nación, vestimenta, religión, opiniones. Todo eso se iba clasificando de menor a mayor peligro, según fuera el caso.

Supe que nos estábamos acercando cuando nuestra visión nocturna se activó. Bajamos del truck box e inmediatamente nuestras extremidades se adaptaron al terreno, buscando señales, alertas. Nuestros movimientos no eran mecánicos, más bien gráciles y ágiles. No había terreno u obstáculo que no pudiéramos sortear. Escuchamos que la camioneta se
alejó, dejando una polvareda detrás.

Los seis nos reunimos, no para acordar un plan porque sabíamos qué hacer, pero hacíamos
una sincronización para que rastrearan nuestro paradero más adelante. Cada uno se fue a una dirección y yo corrí al sur con paso rápido y constante. Nada era difícil con este cuerpo,
una roca, una zanja, un río, lluvia, nieve e incluso fuego eran obstáculos menores.

Mis sensores lograban captar el ambiente, el cambio de temperatura me alertaba, también
podía percibir movimientos ajenos. Tendrían que ser demasiado sigilosos para que yo pudiera ignorarlos. Una cantidad enorme de miles de registros pasaban por mi sistema, aparecían ante mÍ en segundos, donde lograba captar los datos. Miles de rostros que yo podía reconocer por simples puntos de coincidencia.

Un ruido, un movimiento a veinte kilómetros atrapó mi atención, así que corrí a la carga.
En esas misiones me sentía como un animal libre corriendo en campo abierto, pero quizá
era una ilusión. Logré pasar una zanja sin contratiempos y luego, frente a mí, el río. Era fuerte y caudaloso, los enemigos lo atravesaban uno a uno. Esperé en el otro lado, enviando
alertas a los otros. Podía saltar al río, pero sería más fácil atraparlos en tierra.

Luego de unos minutos, dos llegaron a donde estaba. Nos podíamos camuflajear tan fácil
que al enemigo le resultaba muy complicado reconocernos. Nuestra presencia ya había sido alertada en otras misiones y ahora estos extraños llevaban un collar contra 5G en sus
cuellos, sin sospechar que aquello sólo emite radiaciones tóxicas.

Cuando salió del río el último forastero nos acercamos con cautela. Nuestro trabajo era escanear sus caras y perseguirlos hasta llevarlos a la trampa donde soldados esperaban para capturarlos.

Uno de ellos advirtió nuestra presencia y echaron a correr en todas direcciones. Les perseguimos, yo fui tras dos, eran lentos, pero no se rendían y continuaban corriendo. Me
aventaron piedras y varas, eso me hizo perder el equilibrio unos segundos y perdí por un momento su rastro. A unos metros se escucharon detonaciones y mi sistema comenzó a
actualizarse, una orden llegó: TO KILL.

Encontré a mis presas, se habían ocultado tras pequeños arbustos. Aminoré el paso para no delatarme. Escuchaba sus jadeos, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse en silencio, de ellos emanaba otro sonido, además de esas respiraciones desbocadas en un intento de acallar, pero no lo reconocí, no estaba dentro de mi memoria. De mí salió el arma, apunté e
hice el trabajo.

Media hora después las pickups regresaron por nosotros. Subimos todavía alertas con la visión nocturna desactivada, pues el sol comenzaba a salir. Capté de la cabina del conductor cuando dijo:

—Hoy alcanzaremos los 40ºC. Los siguientes no lo lograrán.

Llegamos a la estación donde los oficiales reían y tomaban cervezas festejando la buena
cacería de hoy. Yo fui hasta el lugar de mi oficial mayor para reportarme. Me conectó a la pantalla y descargó toda la información: videos y fotografías se mostraban en las pantallas.

Araceli Jiménez Cortes
19 años
La Quemada, Guanajuato, México
1.60
Padres:
Ericka Cortes Martínez (37 años)
Indalecio Jiménez Sánchez (42 años)
Hermano: Hugo Jiménez Cortes (17 años)
Intentos de cruzar: 2

Yulianna Tatiana López Uriel
11 años
Verapaz, San Vicente, El Salvador 1.30
Padres: Yenni Uriel Flores (28 años)
Marco López Pérez (29 años)
Intentos de cruzar: 1

Mientras los rostros e información de los enemigos se desplegaban en las pantallas me conectaron para recargar la batería. Entonces, pude recostarme sobre mis patas metálicas.
Dicen que alguna vez fuimos los mejores amigos del hombre, hoy somos armas letales. Una luz en mi lomo comenzó a parpadear y mi memoria se vaciaba con la última imagen de la mujer abrazando a la niña. Cada vez que me reinician intento recordar una pregunta que me asecha en cada misión: ¿quién es el peligro real? Me apago.

Nací y crecí en el norte de la Ciudad de México en 1990. Soy mujer, feminista y lectora. Estudié comunicación social en la UAM-Xochimilco. He colaborado desde hace ocho años en agencias de marketing digital y organizaciones civiles creando contenido. Soy adicta al chocolate y al sabor dulce de la comida porque la vida ya es muy amarga.

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