Columba despertó de repente, empapada en pegajoso sudor.
Miró el reloj de su pared. Marcaba las 2:37 y pese a que el segundero continuaba su ruidoso andar, el minutero se negaba a actualizarse a las 2:38.
Qué extraño, con el sueño tan pesado que tenía…
Decidió aprovechar la oportunidad para beber un poco de leche, y corroborar que su hija Annia no estuviera aún jugando con su teléfono.
Pero cuando intentó ponerse de pie, descubrió que no podía mover ni uno solo de sus dedos; sentía como si un montón de cadenas unidas a un gran bloque la tuvieran presa, oprimiendo el pecho y dificultando su respiración.
Intentó llamar a su hija, pero sus labios apenas se separaron y la lengua le escocía.
Comenzó a asustarse. El sonido del segundero se hizo más fuerte.
Tic… Tac… Tic…
Poco después aquel se mezcló con el llanto de Annia, que fue rápidamente calmado por un tenue “shh” que no había salido de su boca.
Aterrada, Columba se preguntó quién mierda se había metido a su casa. Siguió tratando de moverse, de gritar, pero nada funcionaba. Pese a su agitación, su pecho no se movía más rápido.
Ni siquiera podía notar elevación alguna.
Tic… Tac… Tic…
¿Es que estaba muerta? ¿Y si el sudor era en realidad sangre secándose?
—¡Prepárate!— escuchó la voz de su padre, advirtiéndole.
Sintió que el corazón se aceleraba. El problema era cada vez más inquietante, pues su progenitor vivía a 60 km de distancia y no tenía la llave de su casa.
—¡Ya vienen!
Y antes de nada más, alguien entró en su habitación, y la voz de su padre se desvaneció en la oscuridad.
Los párpados comenzaron a pesarle, negándose a observar la extraña criatura que se había detenido justo frente a ella. Apenas pudo notar que era demasiado alta y de brazos alargados.
—No intentes nada— amenazó con voz tranquila.
Le hubiese gustado obedecer, pero aún temía por su hija. Intentó abrir la boca, retorcerse, hasta que logró mover la muñeca, pero el sonido de las grietas alertó a aquel.
Este colocó su fría mano sobre el brazo de Columba, apretándolo con fuerza; se sentía como la pinza de un cangrejo que perforaba su carne en un intenso ardor, que pronto comenzó a supurar y emitir un aroma nauseabundo.
Tic… Tac…
Más de aquellas personas entraron por la puerta.
¿Qué iban a hacerle?
—Tu no tienes ningún valor para nosotros— continuó otro. —Pero ella—, con sus dedos largos y serpenteantes como tentáculos señaló la habitación de Annia, —ella sí.
—¡No!—, quiso gritar, mas su voz quedó ahogada en su garganta. No podía permitir que se la llevara, pero tampoco podía moverse, defenderla. ¿Acaso la habían drogado o algo así?
—Ella no ha perdido una sola de sus habilidades extrasensoriales como casi todos los niños al crecer. Y queremos saber por qué.
¿Qué sabían sobre Annia? Ella tenía ya 11 años y a veces, cuando los perros lloraban porque habían percibido un sonido horrible, ella lloraba también. Cuando su gato miraba un punto fijo durante horas, ella podía hacer lo mismo sin aburrirse.
De repente, las personas que habían entrado tras el primero, comenzaron a reír y a hablar al mismo tiempo.
—Deshazte de ella.
Tac…
—No me sirves.
—¡Ya! ¡Suficiente!
Tic…
Columba se sintió desesperada. La roca que aplastaba su pecho comenzó a pesar más, y los grilletes en sus muñecas empezaron a lacerarle la piel.
—No podemos. La sujeto de pruebas la va a necesitar cuando vuelva.
Columba escuchó algunas quejas.
—Regresaremos por ella.
—¡Adiós!
Tac…
—¡Nos vemos en diez años!
De repente, tanto los intrusos como el reloj enmudecieron y Columba sintió mucho sueño. Luchó cuanto pudo por mantener los ojos abiertos, pero al final, entre la inmovilidad y los párpados pesados, no pudo hacer más.
A las 8:30 a. m. sonó su alarma, y recordando lo que había sucedido durante la madrugada, corrió a la habitación de Annia, encontrándola vacía. Estaba a punto de llamar a la policía cuando la miró desayunando.
La abrazó con asfixiante necesidad, y cuando se separó de ella descubrió que tenía una pequeña cortada en la frente, que Annia atribuyó a un golpe en los corrales, pero su madre nunca estuvo segura.
Después de todo, ella tenía laceraciones en las muñecas.

Soy Samanta Torres (México). Psicóloga y escritora apasionada. He participado en 3 ocasiones en la antología de cuentos “SteamPunk Valencia” y dos veces en el blog de “Luna Diversis Litteris”. Amante del café, los gatos y la fantasía.
Gran trabajo literario, aun no puedo creer el suspenso que vino en mi interior poco a poco al llegar a la sección intermedia, y como bien lo dice, cada «tic tac» es un conjunto de males inesperados que solo hacen pasar mas sufrimiento al protagonista. Me dio miedo, y las lecturas que proyectan emociones asi, son las que valen mucho la pena leer una y otra vez. Gracias por escribir.
KaleJarret
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Muchas gracias! Me alegra que te haya gustado y que hayas podido sentir lo que la prota 🙂
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Querida Sam, de verdad eres grande en lo que haces, recuerdo tu trabajo con Santi y ahora escritora, éxito, eres buenísima, me mantuviste en suspenso!!
Seguiré leyendo tus próximos proyectos y espero enterarme, un abrazote 😘
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Hola!! Muchas gracias por su comentario, siempre es un gusto saber de usted y que le agrade mi trabajo 🙂
Un abrazo!!
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